Una parte muy importante de la bioquímica española actual puede trazar su genealogía a unos pocos laboratorios de la postguerra civil española. Entre ellos, quizá el más temprano con reconocimiento onomástico fue el de Ángel Santos Ruiz, pues D. Ángel ostentó desde 1940, en la Facultad de Farmacia de la Universidad entonces llamada Central y hoy Complutense de Madrid, la primera cátedra con la denominación específica de Química Biológica. Esta denominación de la bioquímica era entonces común, reflejándose aún hoy en la de la revista Journal of Biological Chemistry (nacida en 1905). Dado el origen tan temprano del laboratorio de D. Ángel y su centralidad (recuérdese que por entonces la Universidad Central era una de las pocas que expedía títulos de doctor), no es de extrañar que dicha cátedra fuera un importante nodo filogenético de la bioquímica española.
De dicho nodo original procede José Antonio Cabezas, a quien me referiré hoy aquí brevemente por haber recibido una carta suya en la que dice ser (seguramente con razón) el ex-catedrático vivo de Bioquímica más antiguo de nuestro país. No me extenderé en narrar su prolongada peripecia personal (95 años de plena lucidez), pues su biografía se resume en la web de la Real Academia de Farmacia, Academia de la que D. José Antonio es Académico numerario; y también, en más detalle, en la Wikipedia. Sí rememoraré a instancias suyas que, al frente de su grupo en la Universidad de Salamanca, realizó en los años 70 y 80 contribuciones cruciales a la caracterización de numerosas glicosidasas. Bastantes de ellas forman parte de la clasificación de la Enzyme Commission gracias a su trabajo de descripción, identificación, caracterización y distinción con respecto a otras. Entonces la discriminación basada en secuencia completas aún no era ni siquiera una posibilidad, y la basada en genética se restringía a algunos microorganismos y levaduras. Me envía el Dr. Cabezas unas cuantas referencias ilustrativas, que adjunto como imágenes.
Cuando se es muy longevo es muy raro no ser testigo de la desaparición de algún hijo científico. Este ha sido para el Prof. Cabezas el caso de su discípulo Prof. Ángel Reglero, catedrático que fue de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de León y Organizador del XXV Congreso SEBBM, celebrado en esa ciudad en 2002, siendo uno de los Congresos SEBBM de más concurrencia y éxito que recuerdo (incluido el XXXVIII Congreso, que organicé yo mismo en Valencia en 2015). Dice también el Dr. Cabezas en su carta que esta nota debería ser un homenaje póstumo a Ángel Reglero, coautor clave en algunos de esos ya viejos trabajos. Comparto esa idea. Ya antes hube de compartir con el Dr. Cabezas y con su nieta científica, Prof. María Ángeles Serrano, el obituario por Ángel Reglero en esta revista (SEBBM Nº 206; Diciembre 2020, pg. 42-43), así que, también yo, brindo estas líneas a mi fallecido amigo.