Nos ha dejado Antonio Sillero, excelente científico y docente, respetado y querido en los sitios por donde pasó. No me es fácil escribir esta nota sin sentir una importante pérdida personal; Antonio era mi amigo desde nuestra época de doctorandos en el grupo de Alberto Sols en el inolvidable CIB de Velázquez. Formábamos parte de “la generación de los sesenta” con Pepe y Marisa Salas, y Juana María Sempere (hoy Gancedo). Recorrí con él y su hermano menor, en 1965, un entonces casi intransitado Camino de Santiago y eso nos unió más todavía. Proveniente de Granada, donde estudió Medicina y Ciencias Químicas, Antonio se incorporó – tras una breve estancia, por motivos logísticos, en el laboratorio de Gabriela Morreale y Francisco Escobar- al grupo de Enzimología de Sols en 1964. Inicialmente trabajó en la regulación por insulina de la síntesis de la glucokinasa y otras enzimas de la glucolisis y la gluconeogénesis; trabajos con los que obtuvo los doctorados en las materias de sus estudios universitarios; el de Ciencias Químicas en Madrid y el de Medicina en Granada.
Durante ese periodo se incorporó a esos trabajos -en principio temporalmente- María Antonia Günther, procedente del grupo de José L. Rodríguez-Candela. La temporalidad se transformó en algo duradero; casi desde ese momento María Antonia fue compañera de Antonio en su vida investigadora y familiar. Entre 1967 y 1970 Antonio y María Antonia trabajan en el laboratorio de Ochoa en temas diferentes. Antonio trabaja sobre el bacteriófago Qβ e inicia trabajos sobre Artemia salina, un crustáceo de fácil cultivo. Vuelven a España y desde esa fecha las referencias que haga a la labor investigadora de Antonio tienen a María Antonia como co-protagonista. Prosigue trabajos en el desarrollo de Artemia y sus estudios prolongados producen importantes resultados sobre el metabolismo del dinucleósido polifosfato Gp4G, la interconversión de purín nucleótidos y las enzimas implicadas en esas reacciones. Su gran curiosidad hace que trabaje en otros temas como metabolismo y función de bisfosfonatos, simulación matemática de procesos biológicos, regulación de encrucijadas metabólicas y evolución de proteínas, realizando estancias, incluso en la década final de su actividad, en la Universidad de Barcelona y en el University College de Londres.
Antonio se interesó por la docencia universitaria, y mediante oposición obtuvo la plaza de agregado de Fisiología y Química biológica en la Universidad de Valladolid en 1975. Cuatro años después es catedrático de Bioquímica en la Universidad de Extremadura en Badajoz, donde permanecerá ocho años que consideraba “los más fructíferos y felices de su vida investigadora”; allí fue Vicerrector de Investigación y Director del Instituto de Ciencias de la Educación. En su etapa final vuelve como catedrático a la Facultad de Medicina de la UAM donde da su última clase en 2008. Sus clases dejaban huella en sus alumnos; como muestra cito el recuerdo, décadas después, de una alumna destacada, Cristina Lamas, quien evoca “sus explicaciones poniendo énfasis en la finalidad de las reacciones metabólicas para las funciones vitales, así como su fantasía para atraer a los alumnos”.
La ciudad de Rute (Córdoba), de la que era nativo, le otorgó en 2011 el premio “Villa de Rute” a la Cultura, Ciencia e Innovación, premio que, sin duda, le llegó muy hondo.
En el recuerdo de muchas personas que conocieron a Antonio, surge como característica cumbre, su gran humanidad, su disposición a oír y a ayudar. Así queremos recordarte, amigo Antonio.