Asimismo, fue profesora de Ciencia Política y de la Administración en la URJC y en la UAM. Durante su carrera académica ha sido investigadora visitante en el IEP-Burdeos y en las Universidades de Kent, Ottawa y en la Universidad de Oxford durante el curso 2016-17. Su investigación ha girado en torno a las políticas públicas y su evaluación, los determinantes políticos de la reforma de las políticas sociales y el Estado de Bienestar; las actitudes ciudadanas hacia el estado y las políticas públicas y la administración y gestión pública.
Antes de empezar esta entrevista, me gustaría hacerle un comentario de algo que he leído sobre usted y que no aparece en su currículo: experta en burofobia… Cuéntenos este expertise porque creo aquí radica parte de la frustración que vive la ciudadanía, familias, personal investigador (podría seguir) en muchos aspectos de la vida.
La burofobia es un fenómeno que existe en todos los países del mundo, pero, a pesar de su universalidad, nadie había estimado su alcance o explicado sus causas. Junto con dos colegas definimos el concepto teóricamente y luego tratamos de explicar sus causas con datos del caso español. El trabajo se publicó en un journal importante y recibió un premio. Se popularizó porque todo el mundo intuye lo que significa.
Un burófobo es una persona que, a pesar de haber tenido experiencias recientes con la administración que ella misma juzga como positivas —por ejemplo, al ir a renovar su DNI—, hace una valoración general de la administración negativa o muy negativa. Es decir, el hecho de tener una buena experiencia no hace que el individuo cambie su opinión. En España hay entre un 20 y 23% de burófobos, se concentran más en determinados territorios, son más frecuentes entre los ciudadanos que se autoubican a la derecha del eje ideológico y son personas que también desconfían de los empleados de las grandes empresas.
Esa desafección con la administración tiene consecuencias que hacen que tengan un comportamiento menos cívico.
Ahora sí. Justo este mes de junio se cumple un año de su nombramiento como presidenta de la Agencia Estatal Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La pregunta, pues, es de obligado cumplimiento o un tópico. ¿Podría hacernos un resumen de este primer ejercicio al frente de la mayor institución pública de España dedicada a la investigación científica y técnica?
Han sido 11 meses extraordinariamente intensos. Hemos hecho un diagnóstico profundo de la institución y un ejercicio de prospectiva y planificación. Comenzamos muy pronto con la implementación de varios planes que persiguen cuatro objetivos generales. El primero es gestionar mejor la institución. Hemos puesto en marcha seis planes de refuerzo de la estructura y el personal de gestión, de simplificación administrativa, un plan de sistemas, otro de eficiencia energética y dos planes de ordenación de los espacios.
El segundo objetivo es mejorar la forma en la que nos gobernamos. Para empezar, hay que adaptarse a la nueva reforma de la Ley de la Ciencia y queremos dar más importancia a la transferencia del conocimiento a la sociedad. Esto necesita una reforma del Estatuto que estará a punto de llegar al Consejo de Ministros. Además, estamos en pleno proceso de integración de cerca de 1.800 compañeros que vienen de tres Centros Nacionales (INIA, IEO e IGME) con culturas diferentes, actividades distintas y procedimientos dispares. Más allá de eso, estamos ordenando la institución y modernizando la estructura para que el CSIC sea capaz de planificar, sea más ágil y sus institutos más autónomos. Hemos diseñado un Comité de Inteligencia Institucional, otro de Sostenibilidad y uno para gestionar mejor nuestra importante flota científica.
El tercer objetivo es conseguir que el CSIC atraiga y retenga talento. Este año hemos conseguido el mayor número de Ramones y Cajales. Además, estamos apoyando a los predoc con ayudas a la movilidad y fortaleciendo nuestros planes de igualdad. Este año queremos apostar fuertemente por las promociones del personal, donde tenemos un gran tapón injustificado si se mira el CV, muy sólido, de la mayoría del personal científico, técnico o de gestión. Ello ocurre porque en los años de austeridad las ofertas de empleo público fueron miopemente escasas. Ahora, tras un análisis y un ejercicio de prospectiva (qué pasaría si la plantilla no se refuerza) y de compararnos con otros organismos europeos, hemos solicitado una oferta de empleo ambiciosa para los tres colectivos de personal.
Finalmente, desde un punto de vista científico, que es quizá lo más interesante, el CSIC tiene como objetivo ser relevante en tres aspectos. Institucionalmente: debemos estar donde se toman las decisiones de política científica.
Estamos trabajando intensamente para colaborar más estrechamente con nuestro Ministerio y con el de Universidades, con las consejerías de ciencia de las Comunidades Autónomas y con la Comisión Europea, bilateralmente y en marco del G6 científico, al que pertenecemos junto al CNRS, CNR, Max Planck y otros. En segundo lugar, queremos ser más relevantes científicamente. Estamos diseñando el Programa MaX, con el que todos los centros podrán autoevaluarse y dibujar su ruta hacia la excelencia, que se incentivará debidamente. Seguimos apostando por dispositivos de colaboración entre los distintos institutos del CSIC alrededor de distintos temas científicos, fortaleciéndolos y abriéndolos a empresas y administraciones. Estamos acabando el diseño de un programa específico para mejorar nuestros resultados en el European Research Council.
Y, por último, queremos ser más relevantes socialmente, no solo durante las crisis como la pandemia o el volcán de La Palma, sino también en tiempos de normalidad. Para ello, hemos puesto en marcha varios programas, como Itinerarios Cicerón o Science For Policy, que tienen la filosofía de identificar problemas que son a la vez científicos y sociales (la sequía, los incendios, la malnutrición, la resistencia a los antibióticos, entre otros muchos) y mostrar lo que el CSIC puede hacer para contribuir a su solución. Igualmente, estamos haciendo un gran esfuerzo en mejorar la relación con las empresas y las administraciones reforzando la innovación y la transferencia con nuestro nuevo Plan Converge.
Su nombramiento no estuvo exento de polémica. Fue una sorpresa para muchos ya que su perfil es más de gestión y político que científico, mucho más de evaluación y análisis ¿Cree que su designación, y dada su trayectoria profesional, ha estado motivada por las incesantes críticas que se han vertido en los últimos años por la excesiva burocratización y la falta de profundidad de las reformas que se han realizado en el Consejo? ¿Es, precisamente, el Consejo el escenario ideal para aplicar medidas para paliar la burofobia?
Yo soy una científica social y tengo una trayectoria predominantemente científica que hay que valorar con los parámetros con los que se mide a los científicos sociales. Mi especialidad es la reforma del Estado y de la Administración y las Políticas Sociales Comparadas. En un momento dado de mi carrera me ofrecen, precisamente por mi especialidad, aplicar mis conocimientos en diferentes agencias gubernamentales; es decir, en el mejor laboratorio del mundo posible para una politóloga. Los politólogos estudiamos el poder, los sistemas políticos o las políticas públicas. Ese es nuestro objeto de estudio científico.
Creo que un científico social especializado en el funcionamiento de la administración, en las instituciones y las políticas públicas y que además tenga experiencia en gestión de grandes organizaciones puede ser útil. En cuanto a los procedimientos administrativos, mi visión es que cuando se trata de recursos públicos es necesario que seamos cuidadosos y rindamos cuentas. Sin embargo, el exceso de exigencias hace que los procedimientos se conviertan en una carga, son ineficientes, porque el personal tiene que invertir mucho tiempo en ellos, horas que debería dedicarse a otra cosa, y nos resta capacidad de respuesta y competitividad científica; lo mismo que les ocurre a las empresas. Además, generan una gran desmotivación; hasta el punto de que algunos investigadores dejan de solicitar proyectos por su compleja gestión. Lo sé muy bien porque yo misma, en mi etapa investigadora, me lo he pensado dos veces antes de solicitar algún proyecto o gestionar contratos con empresas o administraciones.
Lo que encontré en el Consejo fue lo que ya intuía y ahora sé con datos precisos: investigadores excelentes o con mucho potencial, algunos muy motivados y otros no tanto, por diferentes razones: porque se han invertido pocos recursos en sus áreas científicas, porque se sentían muy lejos de la toma de decisiones o porque el Consejo tiene una estructura debilitada y con poco personal de gestión que trabaja mucho y gestiona con dificultad un volumen de recursos que ha triplicado al de hace 10 años, gracias a que hay más dinero para proyectos de investigación (el Gobierno ha canalizado muchos recursos de los fondos europeos hacia la ciencia).
Como me ha preguntado por la burocratización, destacaré que he encontrado una sobrerregulación en algunos ámbitos. Hemos puesto en marcha un Plan de Simplificación Administrativa que analiza cinco áreas (compras, contratación, gestión de proyectos, riesgos laborales y viajes) y ya tenemos algunos logros implementados y algunos otros que anunciaré en los próximos días. El CSIC lo único que puede conseguir es aligerar sus procedimientos internos y proponer cambios a los ministerios que son responsables de estos procedimientos. Esto es lo que hacemos. Por nuestra parte no quedará nada que podamos intentar.
En ciencia estamos en el conocido como G-6, pero en política científica hemos visto importantes déficits que han lastrado la Carrera Investigadora. Vamos a descifrar los grandes retos a los que se enfrenta: el primero, y según lo hablado, mejorar la gestión del Consejo, debilitada tras diez años de austeridad. Cuéntenos dónde pondrá el foco.
El CSIC está muy interesado en que los investigadores vean a nuestra organización como el mejor lugar para trabajar. Los salarios de este colectivo no son tan competitivos como desearíamos. Exactamente lo mismo le pasa al CNRS francés, por ejemplo, problema que puso este de manifiesto en una reciente autoevaluación de esta institución. Mientras tratamos de mejorar este aspecto, debemos pensar en otros incentivos. Uno es que la reforma de la Ley de la Ciencia de 2022 ataca el problema de la precariedad y nosotros estamos aplicando esta regulación. Además, estamos tratando de ofrecer un entorno de trabajo científicamente competitivo. En muchos ámbitos el CSIC dispone de las mejores infraestructuras científicas del país y de equipos de investigadores que garantizan el desarrollo individual y colectivo de los científicos y técnicos. También debemos ofrecer un entorno donde captar y gestionar recursos y desarrollar proyectos disruptivos sea más sencillo.
Dentro de este último reto, no quiero dejar escapar la oportunidad de que nos ofrezca algunos detalles del futuro Plan de Igualdad, porque de los 124 institutos del CSIC solo un 22% están dirigidos por una mujer. O el hecho de que cuanto más se avanza en la carrera científica, entre profesores de investigación, que es el equivalente a catedráticos, un 74% son hombres. Y este es uno de los grandes retos de su presidencia…
El último dato que publicaremos en unos días es que algo más del 26% de los institutos están dirigidos por una mujer. Una cifra mejor que la que usted cita, pero muy modesta. Además, efectivamente el 74% de los profesores de investigación son varones. Aunque esta disparidad es un fenómeno común al de la mayoría de los países de nuestro entorno, es un tema que nos ocupa con intensidad. Como sabrá, tenemos en marcha la evaluación de nuestro III Plan de Igualdad que incluye numerosas medidas de todo tipo para avanzar en este terreno. Quizá la novedad más importante es que hemos encargado un análisis a una experta en ciencia y género para identificar los factores que explican esta brecha en el CSIC. La evidencia distingue entre dos grupos de factores, los que tienen que ver con lo que se llaman mecanismos de autoselección individual y aquellos otros que son de tipo institucional. Queremos saber exactamente qué está pasando, qué factores explican la brecha, con el fin de intervenir con bisturí y ser más eficaces en reducir la brecha. Esperamos tener más datos sobre los determinantes de la desigualdad en los próximos meses.
Por cierto, ¿cómo es y en qué estado se encuentran las relaciones del CSIC con la Universidad ¿Qué política o planes tiene acerca de los centros mixtos? ¿Sigue siendo una estrategia adecuada y ventajosa de colaboración con las universidades?
Muy bien, diría. Ya le he dicho que creo firmemente en la colaboración. Nuestra política es que siempre que las dos instituciones, los investigadores y los estudiantes, se beneficien de esta asociación, apostaremos por ella. En la actualidad tenemos más de 50 centros mixtos y otras formas de colaboración con las universidades.
Y, por último. “Más de una decena de investigadores en España declaran falsamente que su trabajo principal es en instituciones árabes para auparlas artificialmente en las clasificaciones académicas”. Qué opinión le merece esta circunstancia, qué trasfondo interpreta…
El CSIC ha puesto en manos de su Comité de Ética y otros órganos internos este asunto y estamos esperando sus conclusiones. Esto nos parece muy importante antes de tomar medidas. Mientras, hemos solicitado a los investigadores que corrijan está situación. Además, se está hablando con la empresa Clarivate, no solo para que explique por qué es posible que una situación así se produzca, sino para ver qué mecanismos deben establecerse para evitarla. Además, estamos regulando más claramente lo que el CSIC entiende por conflicto de interés y viendo cómo podemos organizar el complejo tema de las dobles afiliaciones que la reforma de la Ley de la Ciencia permite desde 2022.