Los centros de excelencia como objetivo de país

Fomentar la excelencia científica en las Instituciones públicas es una necesidad para apuntalar un sistema de I+D+i competitivo que genere conocimiento y tecnologías innovadoras que aporten soluciones a los retos sociales actuales y futuros.

Hoy nadie cuestiona que el avance científico, en todas sus dimensiones, ha demostrado ser un motor esencial resolviendo problemas que han amenazado el bienestar de la sociedad. El caso más representativo es, sin duda, el éxito en la generación de las vacunas basadas en el ARNm contra el SARS-CoV, que ha permitido proteger a la humanidad de la pandemia COVID. Este hito ha reforzado dos aspectos esenciales del avance científico. Por una parte, que el conocimiento disruptivo se genera en los centros de investigación que apuestan por una investigación de excelencia, y disponen de los medios para producir avances en la frontera del conocimiento (se necesita inversión); y, por otra, que la transformación del conocimiento en una solución a un reto social suele llevar años (se necesita tiempo). Además, se requiere la participación coordinada y complementaria de todos los actores implicados: los científicos, los sectores productivos, los políticos y la sociedad en general. Un beneficio adicional derivado de las vacunas contra el COVID ha sido la utilidad de la tecnología del ARNm para combatir otras enfermedades. Este hito es un claro ejemplo de que el conocimiento no tiene fronteras, y que el conocimiento generado para resolver un reto social puede ser muy útil en otros desafíos.

Hemos de admitir que generar conocimiento de excelencia no es barato (ni rápido). Como tampoco lo es su transformación en productos o servicios que aporten una solución a los problemas sociales. Para el éxito de la inversión en I+D+i se necesitan equipos interdisciplinares, sinérgicos, infraestructuras de última generación y gestores con una visión de futuro que promuevan la dotación de los recursos necesarios para incentivar una actividad transformadora en los centros. Por fortuna, en España disponemos de excelentes centros de investigación que se han ido dotando de magníficos investigadores y recursos, gracias a la convocatoria de centros y unidades de excelencia, realizando una ciencia transdisciplinar de frontera como estrategia para abordar problemas complejos que requieren la fusión e integración de diferentes áreas de conocimiento y actores, incluyendo la sociedad en general. Un resultado destacable del programa ha sido el reconocimiento internacional de la calidad de nuestra ciencia, no sólo por la mejoría de los indicadores bibliométricos sino por su capacidad de fomentar la innovación y contribuir a un progresivo cambio a un modelo económico basado en el conocimiento como única fuente segura de ventaja competitiva.

Una consecuencia derivada de la convocatoria de centros de excelencia ha sido el incentivo que ha generado en muchos centros de investigación y departamentos universitarios, con programas individualistas de investigación, para establecer planes de acción que fomenten una investigación transdisciplinar, con el fin de acceder a los fondos de excelencia y desarrollar programas de I+D más innovadores. Este cambio de paradigma refuerza la idea de que el apoyo a la ciencia e innovación de excelencia es un aliciente fundamental para que los investigadores propongan acciones ambiciosas aun cuando ello les obligue a salir de su “zona de confort”.

Los planes de I+D+i han de apostar y apoyar la investigación de excelencia con programas que, por una parte, consoliden los centros actuales de excelencia y, por otra, estimulen y apoyen a centros y departamentos universitarios a alcanzar el sello de excelencia. Este apoyo ha de realizarse bajo la premisa de que la excelencia científica de un país es directamente proporcional al número de centros de excelencia, y no es una relación inversa. Los centros de excelencia no deben ser una élite, sino un objetivo del país. Cuanto mayor sea el número de centros de excelencia, más sólido será nuestro sistema de I+D+i, mayores los recursos y talento que podremos captar, y más innovación se generará para su traslación y transferencia a la sociedad. En su configuración actual es muy improbable que los centros de investigación y departamentos universitarios que aspiran a la financiación que otorga la convocatoria de centros de excelencia puedan acceder a ella, pues compiten con centros y unidades que están disfrutando de una financiación que les permiten desarrollar y fortalecer programas de I+D+i disruptivos e incrementar su impacto científico y social. Si deseamos aumentar el número de los centros y unidades de excelencia es deseable que la convocatoria actual se complemente con una dirigida a los centros que apuestan por alcanzar la singularidad y que necesitan un soporte económico semilla para desarrollar planes estratégicos que les doten de los indicadores de calidad para convertirse en centros de referencia. Solo con apoyo económico podremos incrementar el número de centros y el impacto de nuestra ciencia.

Por ello, a nuestros políticos hay que insistirles que para aumentar el número de centros y unidades de excelencia es necesaria una inversión más atrevida y sostenida, con un incremento anual más allá de la inflación, que permita incrementar progresivamente el número de estas instituciones en nuestro país. Su aumento es el aval para reforzar la competitividad internacional, el bienestar del país y garantizar un futuro sostenible. Esta es una responsabilidad que incumbe a todas las administraciones: nacional, autonómica y municipal. Esperemos que nuestros gestores, con la ayuda de todos actores implicados, incluyendo las sociedades científicas, establezcan los programas y recursos necesarios que catapulte la excelencia de nuestros centros y unidades.