Pensar la creatividad

Para imaginar e innovar hay que tener tiempo para pensar y reflexionar, además de tener profundos conocimientos. En algunos ámbitos educativos no se da el suficiente valor a esto último. Se piensa que la adquisición de conocimientos ya no es tan importante porque todo está accesible en internet.

La creatividad no es exclusiva de la expresión artística en sus diferentes facetas – artes audiovisuales, escénicas, gráficas, literarias, plásticas…- sino que también es propia de la actividad científica. El trabajo científico requiere creatividad para explorar nuevos caminos que nos lleven a imaginar las soluciones que resuelvan los problemas que se plantean. Federico Mayor Zaragoza, recientemente fallecido, escribía en un artículo publicado en la revista Limbo en 2018:

“Si no existiera un ser dotado de estas facultades inusitadas y distintivasreflexionar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear! – si no hubiera este «sens de la vie», la inmensidad y belleza del universo, la indescriptible perfección de lo colosal y de lo ínfimo, serían percibidas pero no conocidas y admiradas. […] ¡Saber que sabe!: esta conciencia refleja estar dotado no sólo para describir sino para imaginar, para innovar, constituye el fundamento del «sentido» de la vida humana.”
(Limbo, 38, 2018, p. 41)

Para imaginar e innovar hay que tener tiempo para pensar y reflexionar, además de tener profundos conocimientos. En algunos ámbitos educativos no se da el suficiente valor a esto último. Se piensa que la adquisición de conocimientos ya no es tan importante porque todo está accesible en internet. Se defiende que lo importante es aprender a resolver problemas, desarrollar el pensamiento crítico y fomentar la creatividad. Pero se olvida que el tener, o no, estas habilidades depende de los conocimientos adquiridos. Sin conocimiento no puede haber creatividad.

¿Se dan las circunstancias favorables para la creatividad en la actividad científica? El artículo “Scientists need more time to think” publicado el 25 de julio de 2024 en la revista Nature destaca la idea de que el tiempo invertido para pensar suele estar infravalorado. Nos evalúan por la productividad que se traduce en materiales medibles –conferencias, informes, patentes, proyectos, publicaciones, trabajos dirigidos, talleres, etc.- pero el tiempo dedicado a pensar y reflexionar se escapa de las métricas. ¿Es posible valorar el tiempo dedicado a las tareas reflexivas y de creación en la actividad científica?

Un intento de valorar aspectos cualitativos del trabajo científico se ha puesto en marcha con la iniciativa europea CoARA (Coalition for Advancing Research Assessment), impulsada por la Europe Science y European Universities Association (EUA), que cuenta con el apoyo de la Comisión Europea. España es el país con más universidades y organismos de investigación adheridos a esta coalición, y desde 2022 se trabaja en una propuesta de evaluación flexible y multidimensional que proporcione herramientas útiles y metodología viable para este ambicioso cambio. La tarea no es fácil. Me pregunto si hay cultura en la comunidad científica para integrar esta reforma de la evaluación tan necesaria. Si no cambiamos de manera responsable los sesgos adquiridos se quedará en “papel mojado”. Habremos perdido una oportunidad.

El artículo de Nature, anteriormente referido, también señala que la ciencia es cada vez menos disruptiva, a pesar de que se publican más artículos y se invierte más en ciencia. La era digital y la Inteligencia artificial nos proporciona valiosas herramientas para desarrollar el trabajo científico, nos da unas ventajas indiscutibles; pero surgen voces de alarma sobre si el uso de los dispositivos digitales y sus aplicaciones restan tiempo para concentrarnos y pensar. ¿Limitan la creatividad en el trabajo científico? El neurocientífico Ardem Patapoutian, premio Nobel de Fisiología o Medicina en 2021, en sus charlas suele abogar por la mejora del mundo académico y de los investigadores; y con este propósito ha publicado 13 reglas sobre cómo hacer ciencia. En la lista destaca: (1) “Don’t be too busy -No excuses. If you’re too busy, you’re not being creative-“; (2) “Learn to say no”.

El tiempo necesario para concentrarse sin interrupciones siempre ha sido fundamental para la investigación. Las listas de correos interminables, el goteo e inmediatez de los anuncios de convocatorias, las tareas burocráticas que se solapan… son algunos de los obstáculos que nos abruman y tenemos que esquivar. ¿Cómo elegir lo prioritario para no perder la capacidad de reflexionar y pensar? ¿Cuál es el impacto de la pérdida de tiempo en la ciencia, no sólo en la estructura sino también en el contenido y en la calidad de la investigación? Otro aspecto no menor es la presión por publicar para conseguir una óptima evaluación en las acreditaciones, evaluación del currículum, solicitud de proyectos, etc.

Sería conveniente que nuestras instituciones, tanto académicas como científicas, reflexionaran sobre ello y disminuyeran el ruido que ocasiona la avalancha de comunicaciones, que en muchas ocasiones es prescindible o se puede minorar. Los anuncios y las comunicaciones institucionales se han multiplicado por cinco o por diez en los últimos años, en gran medida por un ejercicio de transparencia y de estar presente. Pero debería evaluarse, por contrapartida, el ruido que generan y el efecto negativo que producen. Es necesario realizar estudios sobre el efecto de estas prácticas en el trabajo científico, así como estudios sobre cómo proteger el tiempo para pensar y reflexionar en un mundo de comunicación instantánea. Deberíamos reivindicar una “ciencia lenta”, con más tiempo para equivocarnos y no aspirar continuamente al éxito.

Es necesario crear una cultura de investigación más favorable. Proteger la creatividad y, como nos recordaba Federico Mayor Zaragoza, proteger el «sens de la vie», ¡Saber que sabe!

No puedo cerrar estas líneas sin recordar a Joan J. Guinovart, ex-editor jefe y editor honorario de la Revista SEBBM desde 2013, que nos dejó al comenzar el año.