Desde 2002, cuando como presidente electo entré en la Junta presidida por Jesús Ávila, hasta septiembre de 2008, fin de mi presidencia efectiva de cuatro años, el PIB español experimentó su máximo crecimiento del siglo XXI, de 0,7 a 1,65 billones (millones de millones) de dólares, y el paro bajó a su mínimo (7,5%). El gasto en ciencia (dato Eustat) creció del 1 al 1,35% del PIB, pasando de 7000 a 22000 millones de dólares. Aún no hemos superado esas cifras. De otro lado, remozada por sus Juntas de 1996 a 2000 que presidió Joan Guinovart (a las que pertenecí), la SEBBM contaba en 2001 con 2.772 socios y en 2005 con 3.224. En este contexto expansivo se creó en 2003, en buena parte por iniciativa de la SEBBM (presidencia de Jesús Ávila), la Confederación de Sociedades Científicas Españolas (COSCE) con vocación de voz de todos los científicos. Joan Guinovart fue su primer presidente, y dos consejeros eran miembros de SEBBM. También lanzó SEBBM en 2004, bajo presidencia de Jesús, en época preelectoral estatal, el Pacto de Estado por la Ciencia, que en esencia buscaba despolitizar la financiación de la ciencia y dar una estructura moderna y desburocratizada a la actividad científica (revista SEBBM nº 139). El Pacto de Estado tuvo repercusión mediática, motivando compromisos electorales como el de aumentar un 25% anual la inversión en ciencia durante toda la legislatura, promesa hecha por el ganador (JL Rodríguez Zapatero) que fue en buena parte cumplida.
Quizá los retos más importantes de mi presidencia (2004-2008) y de sus dos juntas (cuyos miembros la SEBBM y yo estamos muy agradecidos por su desinteresado trabajo), fueron visibilizar al máximo el Pacto y velar por COSCE. Nuestra revista (números 141-157) así lo atestigua, con menciones en prácticamente todos sus números al Pacto y a su desarrollo, con entrevistas frecuentes a los responsables de la política científica española y europea; con publicación de la propuesta CRECE de COSCE, que esencialmente recogía y presentaba nuestro Pacto con refrendo COSCE; y con seguimiento de los presupuestos anuales del Estado para ciencia, hábito que perdura mediante COSCE. En los congresos SEBBM organizábamos sesiones de seguimiento del pacto con asistencia de actores de la política científica y responsables políticos.
A finales de 2004 nos reunimos con la ministra de Educación y Ciencia del primer Gobierno Zapatero y con sus Secretarios de Estado los firmantes del Pacto de Estado, para escuchar promesas, muchas aún incumplidas. También protagonizamos un recordatorio del Pacto de Estado organizado por la SEBBM en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con gran atención mediática. Dimos cuenta y difundimos en junio de 2005 la presentación en Moncloa del informe CRECE de COSCE, ante la vicepresidenta del Gobierno y la ministra de Educación y Ciencia. Así, la SEBBM y su hija la COSCE, removieron las aguas en favor de la ciencia y creo que tuvieron un papel clave en crear conciencia e intensificar las actuaciones en ciencia en 2004-2008, acciones que incluyeron en 2005 la creación del programa I3 para contratación de postinvestigadores Ramón y Cajal, y la construcción durante todo el periodo del Sincrotrón Alba, para la que la junta de SEBBM apoyó con éxito la línea de cristalografía de macromoléculas.
En 2006 se inauguró en Madrid el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y en Valencia el Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF); se publicó la ley de Agencias, dando en 2008 al CSIC ese carácter y unos estatutos que hoy sabemos incapaces de desburocratizarlo. El año 2007 fue declarado oficialmente por el Gobierno Año de la Ciencia; en él, la III Conferencia de Presidentes diseñó el mapa de infraestructuras científicas, se publicó la ley de Investigación Biomédica, así como la Estrategia Nacional de Ciencia y Tecnología (con programas Cénit, Consolider y CIBER), se desarrollaron las Redes Temáticas y los CIBER (Instituto de Salud Carlos III), y se puso en marcha la acreditación de Institutos de Investigación Sanitaria, creados antes sobre el papel por Ana Pastor. Entre tanto, Europa impulsaba y adjudicaba los primeros grants ERC con apoyo de miembros nuestros y de FEBS (a la que pertenecemos).
Mi presidencia me enseñó que es más fácil aumentar la financiación y adoptar medidas puntuales nuevas que cambiar las estructuras existentes, incluso aún con excelente voluntad de los responsables de cambiarlas, en nuestro caso aún más favorable porque, en este periodo, un firmante del Pacto de Estado presidió el CSIC y fue Secretario de Estado del Ministerio de Ciencia, dos miembros de la SEBBM fueron ministros (de Ciencia y de Sanidad) y otra miembro dirigió el Instituto de Salud Carlos III. Aún así, conseguimos pocos cambios estructurales y los logrados lo fueron a largo plazo, como la aprobación de la Agencia Estatal CSIC y sus estatutos en enero de 2008, completada con el anuncio de la firma de su contrato de gestión ¡en 2023!; o el comienzo del funcionamiento real de la Agencia Estatal de Investigación en 2016. Por el camino, se han quedado desburocratización, desfuncionarización, carrera científica homologable con Europa, estatuto especial de la investigación pública, y desvinculación de ciencia y política. Por favor, no renunciemos a ninguno de ellos o seguiremos perdiendo talento (ver Óscar Marín, Neurocientífico “El sistema de ciencia español no responde a las necesidades del siglo XXI”. El País, 11 de febrero de 2014).
En cuanto a retos societarios de SEBBM, creo que el máximo es ser capaz de atraer a jóvenes y retener a séniors, pues los primeros usan bioquímica pero no se sienten bioquímicos, y los segundos viven cada vez ámbitos científicos más especializados. Atraigámoslos vía congresos SEBBM actuales e interesantes, con “speakers” de primera línea y grupos temáticos como actores principales; también a través de la revista SEBBM, que ha de ser interesante, clarificadora y con peso en política científica; y ofreciendo ventajas por ser de SEBBM/FEBS, (acceso a becas, cursos y congresos con tarifas reducidas). Pero serán muy bienvenidas más y mejores ideas, porque nos van a hacer mucha falta.