
Me piden unas líneas recordando las principales dificultades de mi etapa de presidente de la SEBBM, y mi visión sobre su futuro. Bueno, en realidad, no me han preguntado por las dificultades, sino por los “retos”, que es más moderno. Tan moderno que, según Corominas, la palabra “reto” está documentada en castellano hacia 1140, en la forma “riebto”. Pero yo prefiero usar el arcaísmo “dificultad” (documentado en 1495, o sea, ayer), porque “reto” me suena a torneo medieval, y a armadura oxidada, mientras que encuentro menos dificultad en usar la palabra ídem. Pero no divaguemos. La dificultad, reto, u obstáculo, impedimento, óbice o contratiempo principal que yo recuerdo, fue el económico. De manera inesperada, nos vimos con las reservas a cero, y casi en números rojos. Hubo que recurrir a una auténtica economía de guerra para terminar el cuatrienio con un mínimo de decoro. Y dicha economía restrictiva no era, no podía ser, el resultado de grandes medidas, para las que no teníamos, entre otras cosas, dinero. En realidad, más que economía de guerra, lo que pudimos aplicar fue una especie de economía doméstica de postguerra. No hacíamos economía, hacíamos economías, que es muy distinto. Y, para ello, fue imprescindible la labor de mi brazo ejecutor, Mariam Sahrawy, nuestra gran tesorera.
Recuerdo bien nuestra primera conversación, cuando yo intentaba convencerle de que aceptara el puesto de tesorera. Mariam me decía que su única experiencia en temas económicos era llevar las cuentas domésticas. Y yo era sincero cuando le respondía que eso era más que suficiente. Poco sospechaba yo cuán literalmente iba a resultar útil su hogareña experiencia. En fin, mal que bien salimos adelante, y para el traspaso de poderes estábamos ya en la zona del negro-negro, que es un color malhadado para describir el futuro, o los nubarrones de tormenta, pero que resulta extrañamente acogedor en los libros de la contabilidad.
Para el futuro de la SEBBM, prefiero utilizar ese inexistente color rosa, que el córtex inventa a partir de la percepción simultánea de los dos colores extremos del espectro visible, el violeta y el rojo. Es interesante que, para describir un futuro auspicioso, se utilice un color que no existe. Tampoco el futuro existe, como cantara A. Machado: “no está el mañana, ni el ayer, escrito”, sino que es el resultado de nuestra existencia en el tiempo. Todos somos Penélope tejiendo y destejiendo, con la hebra hilada por las Parcas: la trama de nuestras vidas entretejida en la urdimbre de los días.
Y también es curioso que la aurora, que Homero, como nosotros, veía rosa, fuera vista por los griegos del período clásico como de color violeta, al salir el sol tras la Acrópolis. La Naturaleza imita al Arte, Oscar Wilde dixit, y por algo será que en el siglo de Pericles las auroras eliminaran los matices más cálidos de sus colores. Entiéndase todo esto sin olvidar que no todos los rojos son el mismo rojo, y lo mismo se aplica a los violetas. Hay diferencias sutiles entre el rojo, el encarnado, el escarlata, el bermejo, el colorado, el grana, el rubí, el carmesí o el bermellón. Y lo mismo con los violetas: morado, violáceo, malva, e incluso índigo, tan cercano al azul.
¿Y por qué digo yo que el porvenir de la SEBBM es rosado? Bueno, desde luego que utilizo el término en sentido literario, y nada físico. Y, lo confieso, no lo hago con gran convencimiento, por aquello que decía Niels Bohr, en una frase luego popularizada por Woody Allen, de que “predecir es muy difícil, especialmente el futuro”. Por otra parte, la escuela de periodismo de The Economist aconseja ser optimista en las predicciones porque, supuesto que uno siempre se va a equivocar, el público olvida antes la ocasión en que uno hizo un pronóstico optimista y se equivocó, que el caso contrario.
Quizá sea oportuno terminar estas reflexiones deslavazadas con las circunstancias que me llevaron a la presidencia de la sociedad. ¿O quizá debía haber comenzado por aquí? La cosa es que la amabilidad de la junta presidida por Miguel Ángel de la Rosa me había hecho socio de honor en 2013. Yo pensaba que esto era una amable invitación al “mutis por el foro”, e incluso una especie de vacuna contra la “carguitis”. Así pues, me pilló desprevenido la llamada de Federico Mayor Menéndez, en la primavera de 2014, invitándome a presentarme como candidato a presidente electo, con la fatal e inevitable secuela de la presidencia efectiva. Recurrí inmediatamente al reputado procedimiento matemático de “la cuenta de la vieja”, para darme cuenta de que, de aceptar, terminaría mi presidencia con la provecta edad de 69 años. Este argumento de la previsible senilidad hubiera funcionado con otro interlocutor pero, como yo mismo me daba cuenta según lo decía, Federico tenía cercano un muy mal ejemplo para recurrir a la edad como excusa, sin haber alcanzado siquiera los ochenta. O sea, que no me valió.
Pero la cosa no quedó así. Mi optimista memoria selectiva había olvidado otra circunstancia luctuosa, a saber, que el presidente saliente se encargaba de presidir la comisión de admisiones durante otros cuatro años. Afortunadamente, puedo agradecer a nuestra actual presidenta Isabel Varela que haya contribuido a amenizar mi ancianidad, otorgando a la comisión que por mis pecados presido toda una variada serie de nunca oídas atribuciones, encargos y pejigueras varias, que mantienen a sus miembros entretenidos y a mi cerebro ágil, sobre todo en la generación de maldiciones diversas.
Bueno, ya falta menos. Dijo el clásico: “Donec eris felix multos numerabis amicos”. Claro, yo voy a ser Félix mientras viva, o sea que no me van a faltar los amigos. Sólo que echo en falta a algún enemigo de vez en cuando. Por tomarme un respiro, digo.

