
En las primeras horas de 2025, la comunidad bioquímica española e internacional despedía a una de las figuras más representativas de la ciencia moderna: Joan J. Guinovart i Cirera, conocido cariñosamente como “Guino”. Rodeado del calor de su familia, Joan nos dejó un legado inolvidable y único, un legado que transciende más allá del ámbito académico. Su grandeza como científico y su valía como ser humano se entrelazan en una historia de dedicación, innovación y servicio a la sociedad.
Conocí a Joan en la década de los ochenta, en los congresos SEBBM, él de brillante y joven catedrático de la nueva ola y yo de neófito aprendiz. Nuestro contacto más a fondo empezó en 1995, cuando formó parte de la comisión encargada de resolver el concurso mediante el que accedí a catedrático de la Universidad de Sevilla. Apenas un par de años después, casi recién llegado Joan a la presidencia de SEBBM, coincidimos en un curso en Jaca y me encargó, con su irresistible capacidad de persuasión, la organización del congreso de SEBBM en Sevilla en 1998, año en el que asimismo me ofreció acompañarlo como vicepresidente de SEBBM durante la segunda mitad de su mandato, de 1998 a 2000. Fue el comienzo de una larga andadura en común, en la que me fue abriendo las puertas a los cenáculos de la Unión Internacional (IUBMB) y las Federaciones de Europa (FEBS) y América (PABMB) de Bioquímica y Biología Molecular, y en la que aprendí de primera mano las artes de briega en ciencia y diplomacia. Durante años recorrimos el mundo, siempre con Rosa a su lado, forjando una profunda amistad.
Por iniciativa de Joan como Congress Counsellor de FEBS, y con la ayuda de Vicente Rubio como presidente de SEBBM, Irene Díaz Moreno y yo preparamos en 2006 la candidatura de SEBBM para organizar el Congreso conjunto de IUBMB y FEBS en 2012 en Sevilla. Juntos conformamos el núcleo duro de gestión del evento, con Joan como pieza dovela en su condición de presidente del programa científico, que devino en todo un éxito de asistencia, con 2.500 participantes de 73 países, entre ellos seis premios Nobel. Tan es así que el Congreso está previsto que se vuelva a organizar conjuntamente por IUBMB y FEBS en España en 2030, por invitación expresa de ambas organizaciones.
Uno de los logros más destacados de Joan fue la Confederación de Sociedades Científicas Españolas (COSCE), creada en 2005 para promover el diálogo y la colaboración entre científicos y políticos. Reflejo del interés de Joan en servir de puente entre ambos eran las cenas que organizaba en los aledaños del Congreso de los Diputados con presidentes de sociedades y congresistas. Como primer presidente de COSCE hasta 2011, Joan pilotó la entidad con una visión clara y pragmática, demostrando que la cooperación y el entendimiento mutuo son esenciales para afrontar los desafíos del siglo XXI.
De las últimas veces que coincidimos fue en julio de 2024, en el congreso FEBS de Milán, cuando tuve el placer de entregarle el primer Premio Israel Pecht, dirigido a reconocer a los miembros más activos de FEBS en pro del desarrollo e integración de sus sociedades y de la propia federación. La enfermedad lo tenía débil y enjuto, pero en absoluto falto de ánimo e ilusión. Allí, en Milán, le hablé de la reunión que habíamos convocado con los líderes de IUBMB y las otras federaciones continentales, de la que surgió la llamada «Declaración de Milán sobre el papel crucial de la ciencia para afrontar los retos globales de la humanidad». Le encantó la idea, en línea con el leitmotiv de toda su vida pues, más allá de sus logros académicos, Joan fue un humanista convencido. Para él, el científico no es una figura aislada en su laboratorio, sino una persona integrada en la comunidad y responsable de contribuir a su bienestar. Lástima que no llegara a ver la Declaración de Milán cuando la hicimos pública a finales de enero.
Joan no sólo fue presidente de SEBBM y COSCE, y miembro del comité ejecutivo de FEBS, sino el segundo español, tras Severo Ochoa, en presidir IUBMB. En las cuatro entidades hizo evidente su compromiso con la proyección de la ciencia ajena de fronteras, fortaleció lazos entre países con la ciencia por bandera y luchó por afianzar la inclusión de España en el escenario global del conocimiento.
Entre sus muchas cualidades personales, una de las más sobresalientes era su humildad personal y cercanía. Al hacer referencia al enorme prestigio de sus innumerables amigos en la arena científica internacional, le gustaba decir que él era como Habacuc, profeta menor cuya estatua se encuentra en la fachada principal de la catedral de Tarragona, su ciudad de nacimiento, entre los grandes, al lado de Cristo y los apóstoles.
Joan J. Guinovart i Cirera fue mucho más que un científico destacado; fue un puente entre culturas, un adalid que comprendió la interconexión política y social de la ciencia. Su grandeza como investigador se complementó con su humildad como persona, dejando una estela que inspira a todos aquellos que buscan el conocimiento para construir un mundo mejor. Su ejemplo perdurará como recordatorio de que la verdadera grandeza radica en la capacidad de servir a los demás con pasión, integridad y respeto.
Sí, se nos fue un científico añorado y admirado, una persona de talla universal. Se nos fue, sobre todo:
“Ese alguien que te hace reír sin cesar; ese alguien que te hace creer que en el mundo existen realmente cosas buenas […] Esa es la amistad eterna” (Pablo Neruda).
