Federico Mayor Zaragoza: una figura pluridimensional

Para cualquiera que haya seguido, aún de lejos, las actividades de Federico Mayor Zaragoza, es obvio que fue una figura pluridimensional; una figura que, en diversos espacios, ciencia, política, humanismo, fue creadora y dinamizadora.

No voy a detallar sus contribuciones en esos variados espacios; seguramente aparecerán en los diversos artículos de este número de la revista. Voy a mostrar, con pinceladas breves, algún episodio de su actividad científica, alguna característica personal, comentar ideas que le oí, y señalar su relevancia para los que, por edad, todavía tengan oportunidad de actuar en algún área con implicaciones sociales.

En un momento de mi vida científica, por razones de afinidad de tema de investigación, tuve contactos intensos con su grupo de investigación y pude asistir al hallazgo de un importante resultado bioquímico: el descubrimiento de que, en levadura, en condiciones de hipoxia, el ciclo de Krebs no funciona como tal, sino partido en dos ramas: una oxidativa y otra reductiva (DOI:10.1007/BF01732003). El resultado es muy importante por su implicación en la comprensión de las vías de síntesis de ácidos orgánicos y del balance redox durante la fermentación. En 1975, sin usar técnicas radioactivas y en ausencia de mutantes fue muestra de excelente investigación y de no temer cuestionar conceptos establecidos. Ese descubrimiento, no muy conocido, ha sido confirmado, ya en el siglo XXI usando técnicas de RMN y adecuados mutantes de levadura (DOI:10.1099/mic.0.26007-0).

Su labor a favor de la investigación en diversas áreas desde distintas instituciones, entre ellas la Fundación Ramón Areces, está en el recuerdo agradecido de numerosos científicos. No puede faltar en esta evocación una especial mención a su larga vinculación con la SEBBM, desde su fundación como SEB, hasta su labor como presidente de la misma; su título de Socio de Honor está bien justificado.

Quiero resaltar una nota ejemplar de su carácter: su lealtad y agradecimiento a la figura de sus maestros, D. Ángel Santos Ruíz y Sir Hans Krebs, manifestada en público en repetidas ocasiones; loable actitud que no suele ser frecuente. Su aprecio por Alberto Sols y su huella en la bioquímica española, expresado en numerosas ocasiones, iba en este mismo sentido. Federico Mayor creyó en la posibilidad del progreso moral de la humanidad. Progreso que, necesariamente, pasaba por la educación, entendida no como una mera transmisión de saberes, sino como escribió en el volumen La educación superior en el siglo XXI: Visión de América Latina y el Caribe, editado por la UNESCO, después de una reunión en La Habana en 1977: “… educar es más que informar o instruir; es forjar la mente y el carácter de un ser humano y dotarlo de autonomía suficiente para que alcance a razonar y decidir con la mayor libertad posible, prescindiendo de influencias ajenas, de tópicos y lugares comunes. Es fomentar el desarrollo de una vida espiritual y diferenciada de gustos y criterios auténticos”. Es interesante la coincidencia de esta visión, con la de su maestro Krebs referida a la educación en la ciencia. Krebs escribió que sus maestros Warburg y Meyerhof “educaron a una futura generación de líderes científicos, y digo educaron y no ‘entrenaron’ porque educar es algo más que entrenar; educar incluye la transmisión de una visión, no solo de técnicas”.

Federico Mayor pensaba que la educación era la mejor herramienta para el desarrollo, la paz y la seguridad de la humanidad. Por eso cuando internet empezó a desarrollarse la saludó como gran esperanza de transmisión de conocimiento, así como vía de dar voz a los que nadie había escuchado. ¿Qué pensaría hoy al ver el uso de esa herramienta en manos de intereses espurios y a menudo antagonistas de aquellas esperanzas? ¿Qué nos propondría para enfrentarse a los problemas éticos planteados por la inteligencia artificial?

Su inclinación pacifista le llevó a elaborar el programa Cultura de Paz, que condujo, en 1999, a la aprobación por la Asamblea General de la ONU de la Declaración y programa de Acción sobre una Cultura de Paz. Con ese lema siguió trabajando tenazmente; le he oído en más de una ocasión comentar lo que se podría hacer con el dinero que cuesta un avión de combate. Un F16 cuesta, en el momento de la escritura, unos treinta millones de dólares, el Shenyang FC-31 chino, unos setenta millones, y los hay bastante más caros. Cifras que dan que pensar.

Federico Mayor tuvo imaginación, marchó por caminos nuevos y dejó rastro. ¿Puede su rastro servir de guía en el futuro? Creo que sí. En un momento en el que prevalece el ruido, la falta de razonamiento objetivo sobre situaciones nuevas, desconcertantes, es preciso mantener serena, pero firmemente, la defensa de ese tipo de razonamiento. Hay que dejar bien claro que, ante problemas intricados, no sirven razonamientos lineales, del tipo populista de “bastaría con hacer…”, mostrar que situaciones complejas implican a diversos grupos y que, en su tratamiento, no hay que ignorar las consecuencias de sus interconexiones. Será difícil lograr que la razón convenza a conjuntos que se mueven, entre otras cosas, por impulsos irracionales, pero Federico Mayor mostró que, con trabajo, paciencia y respeto, se pueden conseguir logros que parecían imposibles; sigamos su gran ejemplo.

Agradezco a la Dra. Carmen-Lisset Flores (IIBM Sols-Morreale, Madrid), al Prof. Miguel A. Blázquez (IBMCP, Valencia) y a la Dra. Juana M. Gancedo (Exprofesora de investigación, CSIC) la lectura crítica de una versión anterior de este texto y a la Fundación Ramón Areces, la fotografía que aparece en el artículo.

Federico Mayor y Carlos Gancedo, Simposio Homenaje a Alberto Sols, 2017.