
Conocí en persona a D. Federico en mayo de 1975, justo de cuando data la vieja fotografía que acompaña a este texto, tomada en el claustro de la antigua Universidad de Valencia. Se trata de la foto oficial del congreso “The Urea Cycle” que D. Federico, catedrático de Bioquímica en Madrid y entonces Subsecretario del Ministerio de Educación y Ciencia, coorganizaba con Rafael Báguena, Catedrático Extraordinario de Genética Médica y a la sazón Rector de la Universidad de Valencia; y con Santiago Grisolía, entonces Sam E. Roberts Distinguished Professor of Biochemistry de la Kansas University Medical Center en Kansas City y uno de los pioneros que pusieron el ciclo de la urea sobre base enzimológica sólida.
Estaba yo en el congreso por ser reciente investigador del ciclo de la urea en el laboratorio de Grisolía en Kansas City, donde me formaba desde comienzos de 1974. Allí fui testigo de la intensa actividad de organización científica del congreso, sin duda alguna el mejor que he vivido en toda mi ya larga carrera científica. El elenco de participantes incluía a todos los padres fundadores del ciclo de la urea, con Sir Hans Krebs a la cabeza, y contaba también con casi todos los que trabajábamos en ese ciclo y sus aledaños. En este último grupo debió valorar particularmente D. Federico las pioneras presentaciones sobre errores congénitos del ciclo de la urea de Vivian Shi y de C. Thomas Nuzum y Philip L. Snodgrass, pues además de ser magníficas, entraban en la esfera de compromiso científico-social de nuestro gran hombre, los errores innatos del metabolismo, cuya prevención él había iniciado en España en la Universidad de Granada en la segunda mitad de los años 60, con la ayuda de nuestra también socia de honor Magdalena Ugarte.
Pero el congreso no se quedó en palabras tras de un bello cartel de Dalí, sino que se plasmó en un libro extraordinario (The Urea Cycle. Grisolía, Báguena & Mayor Eds. John Wiley & Sons, New York 1976), acervo excepcional de conocimientos sobre el ciclo de la urea, todavía un clásico de gran valor. El libro transmite la verdadera atmósfera del congreso al incluir no solo las presentaciones, sino también las discusiones que les seguían, grabadas en el congreso y editadas por sus autores. En un mundo sin ordenadores personales, procesadores de textos ni correo electrónico, fue ingente la actividad editorial postcongreso del laboratorio de Grisolía, de la que fui testigo e incluso en ocasiones agente, aunque el esfuerzo valió la pena dado el fruto obtenido, uno de los mejores libros de congresos que conozco, desgraciadamente ahora solo conseguible de segunda mano.
La participación de D. Federico en ese congreso, sin la cual seguramente éste no se habría podido celebrar en la España periférica de 1975, ilustra muy bien una de sus grandes virtudes, el ejercicio del posibilismo positivo: su capacidad de mejorar la sociedad utilizando al máximo las oportunidades a su alcance, sea con la finalidad de un bien científico, sanitario o social. Su vida está llena de ejemplos de esa virtud. Por citar sólo el ámbito de las enfermedades raras con el que tan comprometido estuvo, son ejemplos de su posibilismo positivo su lanzamiento del plan piloto de cribado neonatal de Granada en la fase en que fue Rector de esa Universidad; o, pocos años después del congreso del ciclo de la urea, la creación del Real Patronato de Prevención de la Subnormalidad (sic) que sin duda solo se consiguió por su mediación, primer paso para extender el cribado neonatal a toda España; o su reciente apuesta por el cribado universal genético promoviendo un programa piloto financiado por la Fundación Areces.
Pero esta actitud de estrujar sus posibilidades inmediatas para destinarlas a buenas causas no se restringió al entorno nacional. Se ve también reflejado en su desempeño en la UNESCO (objeto de uno de los capítulos del dosier de este número), donde fue quizá el Director General más creativo de la historia de esta institución, y también el más sensible a los problemas que plantea la ciencia a la comunidad humana, reflejado por ejemplo en el programa UNESCO del genoma humano. De nuevo en ese programa fue Santiago Grisolía, esta vez desde Valencia, actor importante por delegación suya, con varias reuniones de altísimo nivel con marchamo UNESCO en nuestra ciudad, y con declaraciones de repercusión y seguimiento mundial. No puedo dejar de mencionar que el posibilismo positivo requiere coraje, pues obliga a síes y noes, que es lo contrario del café para todos. Y ese coraje lo demostró don Federico con creces cuando creó la única medida gubernamental que recuerdo que discrimina económicamente en materia de complementos salariales no por criterios negativos (peligrosidad, por ejemplo) sino para premiar de forma duradera el esfuerzo y el éxito científico, y además de forma escalonada temporalmente. Así, premia la persistencia en el desempeño investigador a lo largo de la carrera individual. Me estoy refiriendo a los sexenios que creó en su fase de ministro de Educación y Ciencia, lo que se llamó la bufanda. En sus obituarios no he leido a nadie que lo haya mencionado como uno de sus logros. Y sin embargo lo ha sido, e importante, pues estoy convencido de que ha constituído uno de los incentivos para la explosión productiva de la ciencia española durante los casi 50 años de nuestra entonces nueva democracia. No quiero pensar qué batallas debió luchar para lograr instituir los sexenios. Y quisiera que muchos más las lucharan con el mismo buen fin, siguiendo su ejemplo de coraje y determinación.
