Federico Mayor Zaragoza (1934-2024)

El pasado mes de septiembre de 2024, mi padre terminaba la contribución que le había solicitado la Revista SEBBM para un número especial con motivo del 60 Aniversario de FEBS, con estas palabras: “reforzar las relaciones entre ciencia y sociedad, y contar con la ética y el impulso de los científicos, es más importante que nunca para iluminar horizontes, hoy tan sombríos”.

Creo que esta frase resume muy bien los ideales de mi padre en su larga trayectoria académica, científica y política, de la que he tenido la fortuna de ser testigo cercano durante muchos años.

He aprendido de él la pasión por el conocimiento, la capacidad de asombro, el respecto y profundo aprecio a sus maestros (los profesores Ángel Santos Ruiz y Hans A. Krebs), la voluntad de colaboración con altura de miras con otros investigadores, el orgullo por la labor de sus discípulos. Le gustaba repetir aquello de “puedo enseñarte a volar, pero no seguir tu vuelo”.

Procuró siempre enlazar su faceta de científico con la de gestión y acción, el “atreverse a saber” con el “saber atreverse”, para intentar trasladar el conocimiento para el bien de la sociedad, para “contribuir a paliar o prevenir el sufrimiento humano”, contribuyendo a la creación de entidades donde otros investigadores pudieran desarrollar eficazmente esas misiones. Así, estaba particularmente satisfecho de haber fundado junto con sus colaboradores más cercanos el Centro de Diagnóstico de Enfermedades Moleculares (CEDEM), centrado en la prevención de las enfermedades genéticas y metabólicas neonatales, así como el Centro de Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid junto con diversos grupos del CSIC pioneros en ese ámbito.

Durante sus dos mandatos como director general de la UNESCO (1987-1999), se esforzó en poner la ciencia al servicio de los grandes retos ambientales, biomédicos y éticos, impulsando iniciativas como la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos (1997). Con Luis Pasteur, creía que “la ciencia no tiene patria, porque el conocimiento es el patrimonio de la humanidad”.

Tras la etapa de la UNESCO, continuó tendiendo puentes entre los científicos y la ciudadanía. Así, fue el primer coordinador del Comité de Ciencia y Sociedad de la FEBS, durante el mandato de Julio de Celis como secretario general, coincidiendo en el comité ejecutivo con su admirado amigo Joan Guinovart, referencia del papel de españoles en el panorama científico internacional y decisivo impulsor de la COSCE en nuestro país. En esa época también presidió el ERCEG (European Research Council Expert Group), un grupo de trabajo de alto nivel que puso las bases para la creación más adelante del European Research Council (ERC) como gran instrumento de la política científica europea, así como la Initiative for Science in Europe (ISE), para hacer llegar a los responsables políticos europeos la necesidad estratégica de un apoyo continuado a la actividad científica. También, desde la Fundación Ramón Areces, procuró apoyar a los jóvenes investigadores y estimular la investigación en diversas áreas, en particular en la de las enfermedades raras, temática tan querida por él.

Mi padre refería siempre con mucha satisfacción el haber participado en las primeras reuniones conducentes a la fundación de la SEB (luego SEBBM), o en los primeros pasos de la FEBS. Unos meses antes de su fallecimiento, organizando con él su archivo de fotografías, me recordaba con mucho detalle y entusiasmo la organización del IV Congreso de la SEB en Granada el año 1967, o del congreso FEBS de Madrid el año 1969. Estaba muy honrado de sus sucesivos nombramientos como presidente de la SEBBM, como socio de honor, y finalmente como presidente de honor en 2018.

En sus últimos años, a pesar de su profunda preocupación por el devenir del mundo, mi padre no se resignaba, seguía confiando en la capacidad transformadora de la palabra, la educación y el conocimiento, en la cultura y la ciencia como elementos movilizadores de cambio y esperanza. Recordaba el deber de los científicos de no permanecer callados, la necesidad de reivindicar el rigor y la altura de miras propias de la actividad investigadora para reorientarnos hacia las verdaderas prioridades ante escenarios tan preocupantes. Nos toca ahora a todos tomar el relevo.