El título de este libro de poemas, Cauto retrato, es ingenioso: se refiere, obviamente a Autorretrato, cuyo marco temporal el autor especificará en varios poemas – “Autorretrato de un artista senescente”, “Edad indefinida”, “Camino curvo” –, sin demasiada prisa por entrar en el “Misterio” definitivo. Pero la C inicial, y la separación entre Cauto y retrato, aportan mucho más que un sugerente juego de palabras. En mi lectura, esa C inicial se multiplica en cinco C’s: cauce, cautela, crítica, celebración, y ciencia. A partir de ellas comentaré el libro y recomendaré su lectura.
El cauce formal por el que discurre este poemario es el soneto –veintisiete “recuerdos vestidos de soneto” –, que el autor maneja con soltura, gracia y naturalidad. La fluidez verbal es tanta que cada soneto parece más una diversión que una lucha, aunque en realidad el autor no se priva de exploraciones rítmicas particularmente interesantes–como las del poema “Arañas”, en que combina sonoridades de j y de ñ–, y, casi como un juego, consigue resultados brillantes y profundos.
La autocontemplación que todo autorretrato implica es en este libro cautelosa, al menos en dos aspectos. Cautela con respecto al narcisismo –del cual lo aleja un toque frecuente de humor y de ironía, un autodistanciamiento interrogativo, y una sabiduría vital enriquecida por los años–, y cautela con respecto a un posible desbordamiento de confidencias y emociones. Ello se consigue sin caer en frialdad, sin perder la fuerza del sentimiento ni la profundidad de la reflexión.
Ese autodistanciamiento conlleva un cierto tono crítico o irónico, que en algún caso se proyecta sobre los demás –como en “El hábil poema”: “Catedráticos tristes de Perroquímica,…” – pero más a menudo sobre sí mismo, como en “Resumen” –“de mis versos me río y los retoco”, “con palabras acierto y me equivoco” –, “Rinocerontes” –“cansado de estudiar la pelusilla/ que te nace en el fondo del ombligo” – o “La edad indefinida” –”Creías que tenías la importante/…/tarea de marcar en el partido…” –. En algunos momentos, sin embargo, el autor toma una perspectiva más transcendente, más inquietante, en que aparece la sombra de la muerte, como en “Aseo nocturno” o “La chaqueta y los libros”, visión grave que contrasta con la ligereza del primer poema, “Misterio”, en que el autor manifiesta no tener prisa por el final porque “aún no han abierto el bar del cementerio”.
El tono del libro es positivo, alegre, casi juguetón: una celebración de la vida y de la realidad. En “Rubíes en el cielo” el autor usa una perspectiva muy curiosa para hablar del cielo nocturno: “Son Betelgeuse y Marte un espectáculo,/ una celebración de la materia,/ que descubrí sacando la basura”. Me ha parecido una forma muy original de expresar el contraste entre los aspectos tediosos, monótonos o poco agradables de la vida cotidiana y la majestad celeste, más aún, una manera de dar una amplitud de sorpresa y de descubrimiento a una acción que podría juzgarse como rutinaria, desagradable o maloliente. El espíritu de celebración se extiende por todo el libro, y se manifiesta, sobre todo, con referencia al amor–-“Descanso de la entropía”, “Camino curvo”, “Chica de Teruel”, “Puerta estelar” – y a la presencia de los niños, un elemento poco frecuente en poesía escrita por hombres –“Escaleras de granito”, “Jardinero”, “Tú y tus fotos”.
La quinta C a que me refería es la de Ciencia. El autor es científico, catedrático de bioquímica en la Universidad de Zaragoza, investigador reconocido. Este es su segundo libro de poemas, tras Alucinaciones, en la misma colección. En el libro hay pocas referencias a la ciencia, algunas indirectas –el espléndido “Descanso de la entropía” o algunas menciones ocasionales a nucleones o a kT– y sólo dos directas: “El hábil poema”, sobre ciertos aspectos sórdidos de la burocracia científica, y “Laboratorio”, que representa una tarde de investigación, entre una acción rutinaria del investigador y sus frágiles sueños de gloria.
Las ilustraciones que acompañan los poemas y enriquecen el libro son obra de cuatro jóvenes –Itziar Cabo Laguna, Ritwik Maity, Martha Minjarez y Felipe Sancho Cervera– con cuatro estilos bien diferenciados, que contribuyen visualmente al atractivo de la obra.
Interesado yo mismo por ecuaciones y poemas, me complace haber descubierto la sutileza, el humor y la potencia de que es capaz Javier Sancho Sanz en su poesía. Sonetos como “Descanso de la entropía”, “Chica de Teruel”, “Rubíes en el cielo” y “Aseo nocturno” me parecen antológicos: los dos primeros como sobrios y divertidos poemas de amor, los dos segundos como transformación de dos situaciones usualmente silenciadas como menores –la basura, el aseo– en ámbitos de interrogación sobre sí mismo y de admiración por la belleza cósmica.