Resulta incuestionable que un sistema nacional fuerte de ciencia e innovación debe sustentarse en, al menos, tres pilares fundamentales: (i) una visión consensuada de su alto valor, independiente de los gestores políticos, que afiance una financiación adecuada y estable, protegida en la medida de lo posible de los ciclos económicos, para abordar con garantías los retos sociales como estrategia para incrementar al bienestar de la sociedad. (ii) El convencimiento de que la translación del conocimiento científico en forma de productos y servicios es esencial para un desarrollo económico y social sostenible que permita atenuar los periodos de crisis. (iii) Un programa educativo, a nivel de grado y post-grado, que dote a las nuevas generaciones de las capacidades y competencias necesarias para abordar con destreza los desafíos del presente y futuro. Una formación basada en una investigación trans- e interdisciplinar que aporte una visión integral de todas las aristas de un problema como vía para proporcionar soluciones adecuadas. Una educación que forme lideres científicos, con talento y pasión para enfrentarse a retos complejos del presente y del futuro, para asegurar la sostenibilidad del planeta y una sociedad más justa. Una educación acondicionada al desarrollo y el uso sensato de la inteligencia artificial que nos ha invadido de forma exponencial e irreversible y que, sin duda, va a influir profundamente en el abordaje de los desafíos científicos, y va a contribuir a la búsqueda e implementación de soluciones proporcionadas. Y todo ello, sin olvidar una formación basada en el estricto respeto a las normas deontológicas de la investigación científica. Desgraciadamente, en los últimos meses hemos visto comportamientos censurables, que deben servir de ejemplo de lo que no puede, ni debe, hacer un científico. Como bien proclama Lluís Montoliu en su último libro, No todo vale…
No menos importante es la atracción de talento que potencie el desarrollo programas de I+D+i singulares y disruptivos, que sea un modelo para los jóvenes investigadores e investigadoras, contribuyendo a aumentar la competitividad internacional de nuestra ciencia y la riqueza del país. El talento en ciencia es un motor fundamental para el desarrollo. Tenemos grandes ejemplos en nuestro país, baste recordar a Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, por resaltar a dos de nuestros premios Nobel. Ambos dejaron una impronta en la ciencia nacional y mundial. A ellos les han sucedido muchos otros científicos y científicas con mucho talento, que han desarrollado y desarrollan sus actividades en nuestros centros e institutos de investigación. Pero mucho talento científico también lo encontramos desarrollando una excelente y pionera labor en el extranjero, a los que debiéramos seducir con ofertas atractivas a desarrollar sus carreras profesionales en España. Aparte de los programas autonómicos como ICREA e IKERBASQUE que apuestan claramente por la atracción del talento con proyectos estables, en mi opinión, falta a nivel estatal un programa similar que haga interesante nuestros centros a investigadores e investigadoras con talento para desarrollar su carrera investigadora. El programa ATRAE es un buen punto de partida, aunque infradotado en su primera convocatoria, y sin previamente abordar la problemática que todavía existe en las Universidades, cuyos programas de estabilización se basan principalmente en la carga docente de los departamentos. A esto se une que para alcanzar las acreditaciones a profesor titular y catedrático se exige una dedicación docente difícilmente alcanzable por científicos y científicas con talento (jóvenes y sénior) que han dedicado su carrera, principalmente, a la investigación de excelencia. Esto deja un estrecho margen para poder incorporar este talento a los Institutos y departamentos universitarios. Y el problema no radica tanto en que no se puedan incorporar investigadores e investigadoras a las universidades con los programas existentes (ATRAE, Ramón y Cajal, etc), sino en su estabilización para el desarrollo de sus carreras. La tasa de reposición en los centros universitarios prioriza todavía esencialmente la carga docente del profesorado, relegando el talento investigador a un segundo o irrelevante plano. Por ello, es fundamental que desde el actual Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades se diseñe un plan realista, ambicioso y dotado económicamente para atraer y estabilizar profesionalmente a los investigadores e investigadoras con talento a todos los centros que desarrollen programas de I+D+i.
Como indica la Secretaria General de Investigación, Dña. Eva Ortega, en la entrevista de este número “Debemos atraer investigadores internacionales que quieran desarrollar su carrera investigadora en España…”. Este es un objetivo que comparto plenamente, pero para hacerlo no lo podemos basar únicamente en programas de incorporación temporal. Ello solo será posible si las distintas administraciones con competencias en ciencia e innovación alcanzan acuerdos para establecer y dotar los recursos necesarios que permitan el desarrollo de una carrera investigadora atractiva que potencie el valor y promueva la excelencia en nuestros centros de investigación, incluyendo la Universidad que es, además, el centro educativo donde se forman las generaciones de investigadores e investigadoras. Una Universidad sin talento científico no será capaz de formar científicos y científicas con las competencias y capacidades necesarias para afrontar los desafíos sociales, y terminaremos teniendo que importar cada vez más talento. Sin duda, el talento no debe tener nacionalidad, pero no podemos renunciar a nivel nacional a potenciar la idoneidad de nuestra cantera. Nuestros jóvenes están capacitados, nuestros investigadores e investigadoras también, por lo que no existe razón, ni excusa, para desistir en su capacitación como líderes de la ciencia a nivel nacional e internacional. Si se consiguió en el pasado, no hay motivo para no conseguirlo en el presente y el futuro…pongamos todos nuestro granito de arena y no retrasemos más el demandado pacto de estado por la ciencia que apuntale, con los recursos necesarios, la promoción del talento en nuestros investigadores e investigadoras para que lideren el avance científico que extienda el bienestar de nuestra sociedad.