Sin duda el Premio Nobel otorgado a los científicos Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice representa el ensalzamiento y reconocimiento del potencial que ofrece la investigación a la sociedad para combatir las pandemias a las que se enfrenta la humanidad hoy en día.
Este Premio Nobel es el ejemplo perfecto de cómo una enfermedad con una tasa de afectación cercana a 71 millones de personas a nivel mundial, de fallecimiento superior a 400.000 individuos al año según la OMS y con una prevalencia elevada en los pacientes que la padecen de desarrollar fibrosis, cirrosis y cáncer hepático, podría erradicarse en los próximos años. Estaríamos delante del primer caso de eliminación de una infección viral crónica para la que no existe vacuna.
Esta carrera de éxito se inició hace 30 años cuando, tras identificar el virus de la hepatitis subtipo A (trasmisión alimentaria) y B (trasmisión por sangre y fluidos corporales), los científicos seguían sin poder explicar el alto porcentaje de casos de hepatitis crónica que derivaban en importantes problemas de salud.
Con esta idea en mente, Harvey Alter en el Instituto Nacional de Salud (NIH) en EEUU, realizó estudios minuciosos y metódicos sobre el porcentaje de hepatitis asociadas a trasfusiones sanguíneas. Intuyó que debía de existir otro agente desencadenante de la enfermedad que les pasaba inadvertido. Su prueba de concepto la obtuvo al trasfundir un chimpancé con sangre de un infectado y observar cómo el animal desarrollaba la enfermedad. Este experimento clave le llevó a denominar esta enfermedad como Hepatitis no A no B.
El testigo fue trasferido a Michael Houghton, trabajador entonces de la empresa Chiron, que tras un análisis exhaustivo de secuenciación del genoma pudo finalmente identificar en 1989 un nuevo virus ARN del genero flavivirus, que se bautizó como virus de hepatitis C. Más tarde, Houghton demostraría por aproximaciones inmunológicas que el agente infeccioso que habían identificado era exactamente el mismo que detectaban en pacientes con hepatitis crónica. Este descubrimiento supuso un paso de gigante para el estudio de la enfermedad.
Quedaba aún la última tarea, nada sencilla, de demostrar científicamente que este nuevo virus “hepatitis C” era realmente el causante de la patología. El virólogo Charles Rice fue el responsable de acometer este proyecto. La publicación de Houghton acerca de la hepatitis C despertó la curiosidad de Rice, que era un experto en flavivirus. Mediante técnicas de biología molecular que requirieron casi 15 años de desarrollo, Rice generó una variante del virus con capacidad de infectar el hígado de chimpancés y provocar en ellos la misma patología observada en humanos. Este experimento confirmó científicamente que el virus de la hepatitis C era el causante de la enfermedad que había sido detectada anteriormente en millones de pacientes.
Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice asentaron los cimientos que han conducido, gracias al esfuerzo de la industria farmacéutica, sanitarios, el colectivo de científicos y los gobiernos de numerosos países a que estemos cerca de la erradicación de la enfermedad.
Sirva esta carrera de éxitos científicos para hacernos reflexionar sobre el hecho demostrado históricamente de que la apuesta decidida por la investigación científica es el mejor camino para superar los problemas de salud pública. Lo ha sido con la hepatitis C, y lo será con la pandemia COVID a la que nos enfrentamos en la actualidad.