Más allá del gregarismo, aspecto que no solamente es característico de los humanos, la creación de la SEBBM puso de manifiesto algunos de los fundamentos de la ciencia moderna. De hecho, para indagar sobre éstos hay que remontarse a tiempos lejanos como el Renacimiento o el Barroco.
Así, en el primero, se rompió aquella visión medieval del homo contemplatius medieval para pasar a otra en la que el individuo adquiría un papel protagonista en el conocimiento científico. Figuras como Leonardo o Vesalio son claras muestras de esa nueva concepción de cómo hacer ciencia.
Pero, aun así, esa manera de abordar la tarea científica a través del erudito de gabinete estaba falta de otros elementos que realmente le permitiesen avanzar de manera potente para adentrarse en el conocimiento de la naturaleza y del cosmos.
Habría que esperar a 1620 para empezar a ver los elementos claves de lo que todo buen sistema científico debía tener. En ese año, Francis Bacon (1561-1626) publicó el Novum Organum como parte de una obra de mayores proporciones: la Instauratio Magna o De dignitate et augmentis scientiarumn (1645).
Estos trabajos conformaron lo que ha venido en denominarse como la “Gran Renovación o Restauración”. ¿Por qué esas obras fueron tan importantes? ¿Qué planteó Bacon para que hoy podamos decir que los fundamentos de la SEBBM se encuentran en ese tiempo y momento?
En primer lugar, lo que Bacon planteó fue que el método inductivo era básico para el avance científico. Es decir, la Ciencia tenía que elaborar hipótesis y su verificación se tenía que realizar a través de la observación y el estudio de los datos. Esta nueva visión, denominada movimiento novator, permitió pasar del tradicional “Yo sé quién soy” al “Yo sé qué soy”.
Mas este primer pilar de la nueva Ciencia no habría sido tal si no hubiese ido acompañado por otros dos que contribuyeron, de manera definitiva, a estructurar esa nueva manera de hacer Ciencia: frente al estudioso aislado que observaba la Naturaleza, tomaba notas e incluso empezaba a recoger muestras para crear los gabinetes de curiosidades, Francis Bacon señaló que la labor científica tenía como elemento esencial el trabajo conjunto: la Ciencia tenía que ser compartida y colaborativa. Y es ahí donde se debe buscar el origen de las grandes sociedades científicas como la Royal Society (1660), la Académie des Sciences (1666) o, en el caso de España, la Academia Desconfiada -o de los Desconfiados- en Barcelona (1700), antecedente de la Reales Sociedades.
Pero para completar ese nuevo edificio científico faltaba un tercer elemento: la especialización, es decir, que el científico no podía ni debía ser un “cajón de sastre” sino que debía fijar su interés y mirada en una parcela de estudio.
De esta manera, inducción, organización y especialización se convirtieron en los tres grandes pilares de nuestro sistema científico actual.
La creación de la SEBBM debe enmarcarse en unos momentos históricos que revolucionaron la investigación: tanto el descubrimiento en 1953 de la doble hélice del ADN como los trabajos sobre cómo éste se sintetiza igualmente mediante su polimerasa, significaron unos avances de primer orden. De esta manera, los premios nobel a Severo Ochoa en 1959 y a Watson y Crick en 1962 -junto a Maurice Wilkins y con el triste olvido de Rosalind Franklin- pusieron de manifiesto que el estudio de los daros, la labor conjunta y especializada eran las claves de esos éxitos que revolucionaron la Ciencia.
Por ello, la SEBBM llegó en un momento idóneo para proyectar todo lo que se perfilaban con esos descubrimientos. Y todo ello hizo que la Sociedad se convirtiese en uno de los auténticos motores para concretar esos avances, contribuyendo, por ejemplo, a través de la Revista de la Sociedad no tan solo a informar puntualmente de las novedades, sino que se convirtió, en sí misma, en un foro de cómo se ha erigido el sistema de ciencia español, con reflexiones críticas que han aportado luz sobre unas u otras acciones (a modo de ejemplo, vid. Pedro Pascual “Ha desaparecido la ilusión”, núm. 131, 2001, pp. 4-5).
Sinceras felicidades por estas seis décadas de labor constante en beneficio del avance científico y, por ende, de todos aquellos dividendos que se han generado a partir de la labor constante y en muchas ocasiones silenciosa -y en ocasiones, silenciada-, de los profesionales que forman la SEBBM.