La pasión de Marie Curie (Especial homenaje a Marie Curie 2011)

Marie Curie fue el primer científico cuyo trabajo mereció dos premios Nobel de ciencias (sigue siendo la única persona que los tiene en dos ciencias distintas). Descubrió dos nuevos elementos, el radio y el polonio, y acuño el término "radioactividad", que dio origen a un campo de investigación completamente nuevo: el del núcleo atómico, cuyo conocimiento habría de cambiar el devenir del siglo XX. Pero Marie fue también una mujer apasionada que amó la ciencia por encima de todo.

Marie Curie es prácticamente la única científica universalmente conocida, no obstante la historia de su vida es de las más distorsionadas. Marie ha pasado a la posteridad como la suma sacerdotisa que sacrificó su vida en el altar de la ciencia, una especie de diosa por encima de las pasiones humanas. Y sin embargo la vida de Marie estuvo llena de pasiones: pasión por la ciencia, pero también pasión por su país, Polonia, que dio nombre al primer elemento descubierto por ella, pasión por sus hijas, pasión por los hombres de los que se enamoró. También defendió de forma apasionada su derecho a figurar en la historia de la ciencia en una época en la que las mujeres carecían de los derechos más elementales. Si la ciencia y sus hijas le dieron muchas satisfacciones, sufrió mucho a causa de los hombres a los que entregó su corazón.

Su vida comenzó en 1867, en las penurias de la Varsovia invadida por los rusos, donde siendo todavía una niña perdió a su madre y a una de sus hermanas a causa de las miserables condiciones de vida a que los sometía el invasor. Cuando en 1891 Marie llegó a París para cumplir su sueño de estudiar en la Sorbona, el joven Kazimierz Szczuki, hijo de la familia para la que había trabajado como institutriz, ya le había roto el corazón. El poco dinero del que disponía en París apenas le daba para alimentarse y no podía comprar carbón para calentarse. Pero su ansia de conocimiento fue más fuerte y en apenas tres años obtuvo una licenciatura en física y otra en matemáticas, ambas con excelentes calificaciones. En esos años conoció a un hombre tímido, Pierre Curie, nueve años mayor que ella y ya un brillante científico, al que de entrada la unió su amor por la ciencia pero al que terminarían uniéndole muchas más cosas, pues se casaron en 1895. Después de la boda Marie comenzó a investigar en un cobertizo anejo a la Escuela de Física y Química en la que trabajaba Pierre, dónde manipuló toneladas de un mineral de uranio para desentrañar la naturaleza de las misteriosas radiaciones que emitía, que acababan de ser descubiertas por Henry Becquerel. En su entusiasmo arrastró a Pierre a colaborar con ella y juntos anunciaron en 1898 el descubrimiento de dos nuevos elementos, el radio y el polonio. En 1903 a Pierre le comunicaron que era un firme candidato, junto a Becquerel, al premio Nobel de Física por el descubrimiento de la radioactividad, a lo que Pierre respondió que Marie también debía ser tenida en cuenta; entre otras cosas este término había sido acuñado por ella. Sus descubrimientos abrieron un nuevo y fascinante campo de investigación, el dedicado al estudio del núcleo atómico.

En 1906 la tragedia irrumpió en la vida de Marie: Pierre murió atropellado por un coche de caballos. Al estupor inicial siguió la firme decisión de Marie de continuar con el trabajo que había comenzado con Pierre, así como con las clases que él impartía en la Sorbona. En el año 1911 Marie recibió un segundo premio Nobel, esta vez en solitario y de Química, por el descubrimiento del polonio y el radio. Este fue un año muy turbulento para Marie y su familia, pues durante el mismo estalló el escándalo Langevin al hacerse pública su relación amorosa con uno de los alumnos de su marido, tras haber sufrido una campaña de desprestigio al solicitar su ingreso en la Academia de Ciencias Francesa, que fue rechazada. La relación casi termina dramáticamente, pues Langevin retó a duelo a uno de los periodistas que habían escrito los peores libelos. Finalmente él volvió con su familia y la salud de Marie, que ya empezaba a acusar los efectos de la radiación, sufrió tan serio quebranto que la tuvo alejada del laboratorio durante casi un año.

Finalmente se recuperó y volvió a dedicarse de lleno a la investigación de las propiedades de las sustancias radioactivas y de sus aplicaciones en medicina. Para ello no dudó en embarcarse hacia Estados Unidos de donde se trajo un gramo de radio, que le fue entregado en mano por el presidente de ese país, Harding. Poco después, durante la Gran Guerra, aquella a la que habían tildado de extranjera, no dudó en arriesgar su vida y la de su hija Irène, por entonces de sólo 17 años, poniendo a punto sistemas portátiles para hacer radiografías de rayos X que ayudaran a localizar las balas de los soldados heridos. Con estos aparatos Marie, Irène y las personas que ellas habían enseñado, recorrieron los frentes en camionetas denominadas «pequeñas curies», en las que se llegaron a atender más de un millón de soldados. Posteriormente Irène se incorporaría al Instituto del Radio que dirigía su madre y con el tiempo, recibiría junto con su marido Frederick Joliot-Curie, otro premio Nobel de Química por el descubrimiento de la radioactividad artificial.

Marie fue la primera en tantas cosas – primera profesora de la universidad Sorbona en sus más de 600 años de existencia, primera mujer que obtuvo un premio Nobel y primer científico que obtuvo un segundo, primera mujer enterrada en el Panteón francés que alberga a los «hombres» ilustres de esa nación…- que enumerarlas llenaría este artículo. Pero Marie fue sobre todo una persona apasionada que dedicó su vida a cultivar la más absorbente de las pasiones: la pasión por descubrir.

Marie Curie y su hija Irène en el laboratorio.
REFERENCIAS
  1. Les Curie, Pierre Radvanyi, Editions Belin, Paris, 2005
  2. Marie Curie, Robert Reid, Salvat Editores, 1987
  3. Mujeres premio Nobel Capitulo 1, Ulla Folsing, Alianza Editorial, 1992.
  4. Las damas del laboratorio, Capítulo 7Mª José Casado, Debate 2006.
  5. Curie y la radioactividad, Paul Strathen, Siglo XXi Editores, 1999