
Ciencia y sociedad / 1 (25 junio 1985)
El problema de las ciencias en España a finales del siglo XX trasciende con mucho de la posible presión de un colectivo más. Centraré mi exposición sobre ciencia y sociedad en tres puntos escalonados: que la ciencia necesita de la sociedad, que la sociedad necesita de la ciencia y que el progreso científico afectará intensamente a la ética social.El desarrollo científico en la actualidad necesita del apoyo y financiación de la sociedad. Esto no fue así hasta el siglo actual. Hasta nuestro siglo, los científicos que aparecían ocasionalmente hicieron ciencia por su cuenta, no por cuenta de la sociedad. Pasteur y Cajal fueron casos precursores del cambio: empezaron por su cuenta y acabaron ganándose el apoyo de sus respectivos países. La investigación actual es demasiado cara para que los científicos puedan hacerla por su cuenta. Y demasiado competitiva para que puedan hacerla eficazmente a ratos perdidos.
Hacer frente al futuro
Ahora, y con vistas al futuro, los países que no tienen mucho petróleo -o alguna otra gran riqueza natural- necesitan de la ciencia, de la investigación, para producir más, para no seguir en el subdesarrollo o no caer en él. Es más, con la política actual y las limitaciones de recursos que están apareciendo por todas partes (hasta en los; inmensos pero ya no inagotables mares), el mundo entero necesita de la investigación para hacer frente a un futuro sin escaseces crecientes. Y España comparte con otros muchos países una necesidad urgente e ineludible. El triunfo de la ciencia y el trabajo basado en ella sobre la escasez de recursos naturales tienen ejemplos sobresalientes en la clásica Suiza, la joven Israel y el sorprendente Japón.
Aparte del rendimiento directo en cuanto a la productividad de un país, el cultivo serio de la investigación tiene el valor de asegurar un capital de mentes preparadas para hacer frente al desafio de lo inesperado, cada vez más frecuente en el mundo actual.
La investigación científica es una inversión muy rentable potencialmente. Para que lo sea de hecho hacen falta dos cosas, sólo dos, pero ambas esenciales: invertir bien e invertir mucho. Y en España siempre hemos invertido poco y no hemos invertido bien.
Muchos de nuestros economistas apurados han tenido la tentación de gastar menos en investigación. Y tenían buena parte de razón. Ya que sin una una buena política científica, la investigación es un gasto bastante superfluo y, por consiguiente, fácilmente recortable.
Pero un buen economista no debe caer en esa fácil tentación. Debe partir del hecho de que, aunque la investigación en España no haya servido de mucho, sólo con investigación puede haber un futuro holgado para España. Por eso, aunque se podría gastar incluso menos en investigación, debemos entre todos afrontar el invertir en la escala que el país necesita.
Bases para una política científica seria en España
Para tener buenas cosechas hacen falta muchas cosas. Las buenas cosechas no suelen brotar por generación espontánea. Hay que sudarlas. No sólo desde los tiempos bíblicos, sino incluso más hoy, por la relativa escasez de los campos cultivables. Para tener buenas cosechas hace falta, en general, preparar el terreno, sembrar, abonar, en muchos cultivos regar, en no pocos cultivos escardar o podar y, finalmente, cosechar, incluida la separación de la paja del grano (el clásico y trabajoso trillar). Como científico experimentado -por vocación antes y más que por profesión quiero enunciar algunas bases importantes para formular e implementar una buena política científica en España.
a) Objetivos y prioridades. Para una nación con la potencialidad de España, el objetivo principal de una política científica seria debe ser el desarrollo del país. Y la ge neralidad de las naciones avanzadas invierten en investigación del 2% al 2,5% del producto interio bruto. Como España gasta algo menos del 0,5%, es mucho lo que tenemos que recorrer. Tanto que no se puede improvisar. Propongo que el factor limitante en cuanto a inversión en investigación en el futuro próximo no debe ser cuánto podemos destinar a ello, sino cómo deprisa podemos invertir eficazmente; un giro copernicano respecto a la actitud tradicional entre nosotros.
Investigación básica o aplicada
Es preciso afrontar con realismo e problema de si se debe apoyar la investigación básica o la aplicada o si basta apoyar el desarrollo y puede prescindirse de la investigación. Sin investigación básica no se puede tener una buena investigación aplicada y, consiguientemente, desarrollo. El problema es el reparto y la integración. Los científicos tienden a preferir la investigación libre bajo el calificativo depura. La sociedad debe sostener ésta sólo si es básica en el doble sentido de fundamental y potencialmente capaz de vigorizar una más amplia investigación aplicada.
Hay que atender a la integración para que la investigación básica sirva realmente esta función de soporte. Como analogía puede mencionarse el caso de una mesa mínima: un tablero circular sostenido a altura conveniente por un cilindro… ¡colocado debajo y en el centro!
b) Ambiente. Desde que yo volví de Estados Unidos, hace 30 años, para investigar en España, lo que más he echado de menos es la falta de ambiente, más que la escasez de medios.
En un famoso informe de la Fundación Rockefeller sobre The pursuit of excellence se concluía que cada sociedad obtiene las excelencias que se merece porque las cultiva y premia. Los políticos que tengan interés en desarrollar la ciencia en España para que España se desarrolle deben tener en cuenta la gran importancia de crear un ambiente para la ciencia, en general, y la investigación, en particular. Yo pienso a veces si una fórmula práctica podría utilizar como módulo el fútbol atendiendo a los científicos que investigan, digamos, la mitad que a los futbolistas que juegan (bien en ambos casos).
Ciencia y sociedad / 2 (26 junio 1985)
c) Medios. Los medios constituyen la tercera base para formular e implementar una buen política científica en España. Ya dijimos en objetivos que el factor limitante para una buena política científica durante al menos una década no debería ser cuánto podemos destinar a la investigación, sino cuánto podemos invertir eficazmente ya. No debe destinarse más dinero que el que pueda aprovecharse bien. Y la capacidad investigadora de un país no se puede doblar de la noche a la mañana, aunque se eche mucho dinero. Debemos fomentar la investigación posible hoy y preparar la de mañana dando los medios adecuados. Estos medios se pueden agrupar en tres capítulos: sueldos, infraestructuras y gastos materiales de investigación.En cuanto a sueldos, hay que tener en cuenta que los buenos científicos que sirvan al Estado se merecen unos ingresos al menos discretos y ciertamente suficientes para hacer posible su dedicación mental y emocional a la investigación. Esto no es posible si todos los científicos ganan lo mismo: o, será indebidamente poco para. unos o será injustamente excesivo para otros, o ambas cosas.
Las infraestructuras para la investigación es el capítulo que requiere entre nosotros ahora mayor, planificación y cuantiosas inversiones. Las universidades siempre: se dotan sin contar con la investigación real. Mientras, por otra parte, de cuando en cuando se cae, en la cuenta de que hay muchos jóvenes científicos españoles pendientes de repatriación, y se cree que podría resolverse el problema de la pérdida de cerebros creando más plazas (léase más dotaciones de sueldos), cuando, para un buen científico, sueldo sin medios básicos para investigar es frustración personal, y para la sociedad que así lo maltrata y desaprovecha sólo cabe la atenuante de la inconsciencia.
En cuanto al sostenimiento de la investigación, necesitamos crecimiento rápido garantizado y agilización administrativa, liberando a los investigadores de la tiranía de los inspectores de Hacienda basados en legislaciones anacrónicas. Creo que es un grave error económico que Hacienda funcione en España bajo la presunción de que los investigadores somos malversadores de fondos en potencia y bajo la regla ridícula de las facturas por triplicado y las ofertas triples. La justificación fundamental debería ser la firma del investigador, con posibilidad real de inspecciones a posteriori y con decisión de sanciones en caso de malversación. Sería mucho más útil castigar alguna Vez que tratar de prevenir siempre.
d) Evaluación. En un Estado moderno bien gobernado, a los investigadores debe pedírseles una cosa fundamental: buenos resultados, con utilidad práctica en la investigación aplicada y con avance sustancial del conocimiento en la investigación básica. Y para poder hacerlo, la sociedad tiene que evaluar realista y sistemáticamente, lo que no es fácil, pero sí ciertamente posible y muy importante. Aunque resultase algo caro y aunque pudiese doler un poco… a los menos productivos.
De una evaluación seria y sistemática deberían depender las promociones, las matizaciones de las retribuciones y hasta, en buena parte, los medios para investigar.
e) Formación e incorporación eficaz de nuevos investigadores. Como una política científica seria tiene que mirar a largo plazo, debe también fomentar progresivamente la formación de nuevos investigadores para formar, no para aparcar jóvenes científicos. Y tiene que instaurar una política de empleo como medio para tener más investigación, no como fin para remediar un paro más. Formación e incorporación deben estar estrechamente coordinadas, so pena de seguir sembrando frustración y emigración de cerebros.
Un período como pensionado posdoctoral en el extranjero es un elemento fundamental para la formación de investigadores en un país con el desarrollo y dimensiones de España. La mayor parte de la ciencia que hoy tiene España se debe a ex pensionados. Pues bien, actualmente, entre nuestros doctorandos se está pasando de ilusión de ir pensionado por temor a dejar temporalmente España. Porque, en la problemática de conseguir empleo académico estable, el ir pensionado al extranjero, más que un mérito, se está convirtiendo en un riesgo: aquí ya no tienden a colocarse los mejores, sino los que estaban en cola.
Los grandes peligros aquí y ahora
Como complemento de esta serie de sugerencias para una política científica quiero apuntar brevemente algunos grandes peligros que se deben evitar aquí y ahora:
1.- Seguir tolerando la mediocridad, limitándose a una política de parches sin entrar a fondo en las cuestiones básicas.
2.- La falacia de que los organismos científicos deben ser muy democráticos, lo que es en buena parte incompatible con que hagan buena ciencia.
3.- El fomentar el minifundismo en aras de las autonomías y la demagogia.
El gran progreso científico que está teniendo lugar en el mundo, y muy probablemente continuará tanto o más activamente en el futuro próximo, incidirá profundamente sobre nuestra sociedad y los políticos que la dirigen. Porque el progreso científico, en general, y el de las ciencias biomédicas, en particular, afectarán intensamente a la ética social.
Tras la era de la física que dominó la primera mitad de este siglo, estamos ahora en la era de la biología. La nueva biología, hecha posible por la biología molecular, es una gran revolución científica con profundas implicaciones éticas. Desde este punto de vista, los políticos, con independencia del aspecto económico, de ahora al futuro próximo tendrán que contar con la ciencia y su progreso.
La ética social tiene bases religiosas, profesionales y legales. A ello hay que añadir desde ahora las perspectivas bioéticas. Es de dominio público que el progreso de las ciencias médicas está poniendo sobre el tapete problemas éticos importantes. Los nuevos conocimientos, junto con las nuevas posibilidades técnicas, no pueden ser ignorados ni por los moralistas, ni por los médicos, ni por los políticos. No se trata de que la ciencia dicte la ética; se trata de que los formuladores de la ética, de ahora en adelante, deben tener en cuenta las realidades descubiertas por la ciencia.